Es aceptable que los 93 contagios de COVID-19, la cifra más alta desde que inició la epidemia del nuevo coronavirus en Cuba, reportados este lunes por las autoridades sanitarias, nos impacten y preocupen. Por lo que suponen en el curso de la evolución de la enfermedad en el país, no son para nada un buen augurio.
Pero que esta “guerra”, nos sorprenda, luego de que estaban más que avisados los riesgos de lo que podía suceder si la disciplina y el cumplimiento estricto de lo indicado no se hacía parte indisoluble de la vida de cada cubano y cubana, no es comprensible.
No faltaron oportunidades para que desde la máxima dirección del país se alertara una y otra vez de que aplanar las curvas, o volverlas una espiral ascendente sin control, estaba únicamente en nuestras manos. Nadie queda exento de la responsabilidad.
El 23 de julio pasado, en el espacio televisivo Mesa Redonda, el ministro de Salud Pública, doctor José Angel Portal Miranda advertía:
“Tal vez ahora más que nunca resulta esencial no actuar con exceso de confianza, pues de la responsabilidad y disciplina con que sigamos actuando en todos los escenarios dependerá que podamos mantener bajo control la enfermedad y seguir avanzando con éxito por la nueva normalidad que vive el país”.
Sin embargo, aún cuando todo el país avanzó (algunas provincias más, otras menos) a las distintas fases de la etapa de recuperación, la confianza y la pérdida de la percepción de riesgo nos jugó una mala pasada. Valdría la pena volver a advertir que el hecho de que sean hoy La Habana, Artemisa y Villa Clara, las provincias donde se concentre la mayor tensión por los casos diagnosticados, no exime del riesgo al resto del territorio nacional. La dispersión del virus, de no acatar lo establecido, sería inminente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario